Descubrimiento e introducción
Una sala blanca y límpida. Batas médicas. Un tubo profiláctico. Un cuerpo tumbado sobre una camilla. Un monitor que muestra una imagen. El tubo plástico y desinfecto es largo y delgado como el escólex de una tenia. En su punta tiene un captador de imagen como si fuera el ojo del parásito. Se introduce en la boca, que mantiene la lengua recogida y apretada. El monitor toma vida y nos muestra las vísceras del cuerpo con sus manchas blancas y amarillentas. El cable es empujado con suavidad hacia el centro a través de las cavidades oblongas y sus mucosas. Úvula. Garganta. Epiglotis. Aerodigestión. Un cilindro visceral rosado con tonos salmón, de aspecto húmedo, viscoso y cerebral.
Al llegar al esófago el monitor cambia su retransmisión, donde aparecen de pronto los pasillos de un edificio. Pasillos duodenos, curvos, carnosos, húmedos, intestinales. Como si el cuerpo hubiera tragado un elemento que excede por mucho su propia escala. Algo más grande que él. Algo que puede contener a muchos como él. Un elemento inorgánico y pétreo que adquiere funciones vitales. Deglute y permite fluir. Un pasillo en el esófago. La tenia profiláctica profundiza en el cuerpo explorado. La promenade architecturale continúa recorriendo unas escaleras de caracol. Las paredes pasan de tener una textura cerebral a ser pieles infestadas por venas y superficies fibrosas y humeantes. La circulación de flujos humanos y mercancías de un edificio, un pasillo, aparece como el conducto de los flujos alimentarios. Los tractos del metabolismo humano. Las manos que conducen el endoscopio quieren llegar al estómago y comprobar qué acontece en el lugar de la digestión. El lugar de la transformación. Y avanzar hacia los intestinos para averiguar su arquitectura. O quizás encontrarse con la acumulación de material fecal del recto. El desecho. Y finalizar en el ano. El agujero negro. Y atravesarlo para vislumbrar un horizonte post-visceral.
Una anomalía previa, un dolor, llevó al cuerpo a querer captar su imagen interna. Una anomalía aún mayor lleva a querer atravesarlo. Viviseccionarlo como si fuera un plano arquitectónico. Representarlo. Llamar a una pandilla de estudiantes de arquitectura para hacer un levantamiento grafico de él y dibujarlo en Rhino o Autocad. Registrar su interior de todas las formas posibles. De pronto, al cuerpo le llega la náusea. Comienza el proceso de expulsión. Escupe. Regurgita. Se ve golpeado por los espasmos colosales de un estómago proletario. Su lengua sale y se extiende como si la tirasen de una bobina. El endoscopio es expulsado irremediablemente por la boca en un acto de forzado retroceso. La lengua sale, y sale, y sale. Y se extiende metros, y metros, y metros ocupando la sala médica. La lengua crece, y crece, y crece como si de una Alicia se tratase (eat me!). Sus epitelios y protuberancias fungiformes se hacen habitables. Aparecen cavernas, bombillas, baldosas, vello, cristales, tuberías, cables, borbotones de hormigón, astillas de madera, cerrajerías de latón, hornos, manos, aceros, martillos, camiones, ruedas, piel, seres, líquenes, huesos. Ese cuerpo y su lengua rebosan la sala médica. Lame las paredes. Babea como un bebé que no ha aprendido a usar la lengua para contener y regular sus flujos salivales. Musculatura culturada y civilizada cubierta de tejido hipobranquial. Crece y se arquitecturiza. Aparecen cuerpos que vuelven a ser contenidos a una escala que no les corresponde, pero les contiene. La lengua se convierte en un sistema habitable. Un modulador de espacios y sonidos. Ciudad. Orquesta. Habitáculo. Músculo. Herramienta fonética para la significación colectiva. Para el lenguaje. Régimen de signos y de espacios cóncavos y convexos. Espacio de anversos y reversos. Versos.
Como en un juego de matrioshkas, ese cuerpo que contiene un edificio es contenido por otro edificio contenido en otro cuerpo lleno de edificios. Cada cual es más grande y contiene escalas que no puede contener. Es un despliegue de absurdos escalares donde unas escalas se tragan a otras sin sentido euclidiano.
La abyección en el Antropoceno
La previa antesala médico-lingual sirve como entrada a la búsqueda—aún en una condición neófita, de este texto: la pregunta sobre cómo pensar la abyección contemporánea en el marco del Antropoceno. La filósofa Julia Kristeva en su ensayo “Los poderes de la perversión” (1988) ayudaría a situar un marco de pensamiento sobre la abyección. De acuerdo con ella, lo abyecto se sitúa en un espacio liminal entre objeto y sujeto, en un espacio propio de nuestro ser (o cuerpo social) que excluimos: la locura, la muerte, la deformidad, la mutación, los fluidos corporales, la putrefacción o la enfermedad. El tabú. La experiencia de visión o acercamiento a lo abyecto es una experiencia límite de asco, repugnancia, horror o escándalo. Solo hay que pensar en los abordajes visuales y performáticos en el arte y en las reacciones sociales provocadas (como parte de la obra de arte). Un ejemplo es el revuelo suscitado por la mítica pieza de Andres Serrano, Piss Christ (1989) en donde introducía un crucifijo en un tanque lleno de su propia orina. O más recientemente en 2015 la polémica, la cancelación y los despidos desatados por la exposición “La bestia y el soberano” que tuvo lugar en el MACBA (Barcelona). Esta exposición, comisariada por Paul B. Preciado y Valentín Roma, acogía una escultura de Ines Doujak que mostraba un trío sobre cascos militares donde el emérito Juan Carlos I de Borbón era sodomizado a cuatro patas por la activista boliviana Domitila Barrios de Chúngara, y esta a su vez por un perro.
Desde el cine, David Cronenberg inició su exploración de la abyección a través de la cultura tech y los objetos monstruosos e imprevisibles de la modernidad. Con Videodrome (1983), la proclama de “larga vida a la nueva carne” asentará un campo creativo en sí mismo. La nueva carne es aquella que, en su condición mutada, hibridada o intervenida por la tecnología, completa o transgrede las posibilidades de la vieja carne obsoleta. En su obra, hay una actualización del cuerpo como algo que ya no es solo natural, si no que está profundamente afectado por el artificio, por la mente, que muta, que metamorfosea, que tiene capacidades insospechadas a través de la intervención humana. Cronenberg especialmente recalca la autonomía e independencia que la naturaleza otorga a la carne en tanto que biomasa, es decir, elemento natural y amoral, masa producida por un bio-metabolismo concreto. Kristeva aclara: “no es, pues, la falta de limpieza o de salud lo que causa la abyección, sino lo que perturba la identidad, el sistema y el orden. Lo que no respeta fronteras, posiciones, reglas. Lo intermedio, lo ambiguo, lo compuesto”. Jorge Fernández Gonzalo, en “La política de la nueva carne” (2016), reflexionando sobre el cine de Cronenberg, piensa lo abyecto como una «ruptura del cuerpo en cuanto que continente del ser […], una extralimitación, aquello que sobresale o se extiende más allá de la carne, las aberturas y protuberancias que no logran regular un ideal ontológico, sino que lo transfiguran y resquebrajan, lo transgreden».
La arquitectura, como materialización de las cosmovisiones y los afectos humanos, es un interesante espacio de análisis en tanto que hay lugares diseñados para recoger, regular y dejar habitar lo abyecto. La abyección también se traslada a la existencia socioespacial. Piénsese en los mataderos, los psiquiátricos, los hospitales, los cementerios, las catacumbas, los fosos, las casas encantadas, los cuartos oscuros, e incluso las ficciones y mitos populares como la conocida Área 51, lugar de secretos alienígenas. En este punto, se vislumbran muchas preguntas que parten de, paradójicamente, miradas no normativas o convencionales del cuerpo o de la arquitectura. Por ejemplo, abrir una noción de arquitectura a algo que va más allá de un mero contenedor sociocultural o una formalización material habitable de un determinado programa de usos (¿qué es arquitectura?); o plantear preguntas cercanas a una filosofía post-natural que rompen con la concepción de la naturaleza como algo ontológicamente opuesto a la sociedad, así como una mirada queer que rompe con una noción antropocéntrica, binaria y esencialista del cuerpo. Estas nuevas propuestas epistemológicas que, precisamente, cuestionan su objeto y sus propias categorías o normas, producen nuevos diálogos con la abyección.
Kristeva afirma: «a cada yo (moi) su objeto, a cada superyó su abyecto». Es decir, así como a cada sujeto (un ser con agencia) le rodea una exterioridad de objetos (que pueden ser otros cuerpos), a cada corpus de normas (el superyó freudiano) le corresponde una exterioridad de la norma. Entonces, ¿es posible una abyección inorgánica, sin carne o desde una concepción distinta de la carne? ¿Cuál es la abyección en la arquitectura? ¿Qué papel tiene la naturaleza en la abyección y, por ende, su concepción como algo opuesto al cuerpo (social) normativo y civilizado? ¿Qué es lo abyecto en un marco post-natural que rompe con la citada dualidad sociedad-naturaleza? ¿Puede algo incorpóreo o invisible tener la cualidad de abyecto?
En ese sentido, el Antropoceno(1) , en tanto que amenaza existencial e inminente condición geohistórica en la que nos situamos, es un marco fértil para pensar la abyección. En la contemporaneidad, quizás, lo que se produce es un sustancial cambio de escala. Una nueva carne que pasa a ser multi-escalar: desde un microscópico virus que afecta a la carne mundial hasta proyectos de geoingeniería que pretenden intervenir el clima planetario. Una posible evidencia material de este cambio escalar la señalaba un estudio publicado en Nature en 2020 donde, por primera vez en la historia, se registraba que «la masa de todos los edificios e infraestructuras [masa antropogénica] es mayor que la masa de todos los árboles y matorrales [biomasa]»(2) de la Tierra. Una era geológica mutada que promete imprevisibilidad, caos climático y una intensificación de las desigualdades sociales y la vulnerabilidad no puede si no, quizás, reconfigurar los límites y la condición de la nueva carne que habitamos. Quizás la abyección, como dispositivo estético, ya no solo versa sobre animar lo inorgánico, sobre pensar cómo nos relacionamos con los aparatos tecnológicos de nuestra modernidad cibernética, ni pensar en un cuerpo que sufre invasiones externas de agentes patógenos o muta. Ahora, quizás, toca mirar a algo mucho mayor: la gran infraestructura planetaria que les materna y da vida. Esa es la madre de todas las monstruosidades. Es ese cuerpo abyecto con el cual aún no hemos dialogado, el que habita el colosal sistema caótico que nos contiene. La máquina del capitalismo. El caos climático del Antropoceno. La masa urbanizada e hipertrofiada en hormigón y plástico del gran cuerpo planetario.
Conjunción del cuerpo abyecto
Si continuamos el hilo especulativo y asumimos la validez de las anteriores ideas, esta nueva escala podría tener su propia ecología estética de las abyecciones. El marco de la dimensión planetaria nos lleva inevitablemente a pensar en el papel de las infraestructuras globales: la industria fósil, los grandes cables oceánicos, los monocultivos de centros de datos, de minas y canteras, de logística, de comunicación, hidráulicas, de saneamiento, redes eléctricas, de telecomunicaciones, … Estas infraestructuras forman parte de ese gran cuerpo de ecologías de la modernidad. En palabras de Neil Brenner, habitamos la era de la urbanización planetaria: la expansión continuada de estas infraestructuras (y su modo de producción) a todo el ámbito terrestre e incluso más allá de la biosfera (como la basura espacial). Académicos como Michael Truscello, hablan de “brutalismo infraestructural” para referirse a los efectos y la actitud que precisamente asume este modo de producción: «el brutalismo infraestructural se manifiesta en una agregación de trayectorias industriales que producen cuerpos cancerosos, pulmones contaminados, músculos atrofiados y cerebros deprimidos y ansiosos. […] En lugar de reconocer que se han superado los límites ecológicos planetarios, el capitalismo de Estado aboga por una mayor infraestructura industrial a una escala sin precedentes». Esos cuerpos cancerosos y rebosantes de microplásticos son también el cuerpo proletario que construye ese mundo: las manos que trabajan en el seno de esas industrias productoras, los burócratas que manejan sus procesos, las propias redes de cuidados de esos cuerpos que continúan el trabajo reproductivo, etc. Hay toda una serie de carnes y órganos participantes de esos cuerpos: úteros que engendran, mamas que nutren, anos que expulsan. Sinergéticas orgánicas cuya unidad es mayor que la suma de las partes. Si en el capitalismo la mercancía es una abstracción del trabajo que se ha realizado sobre un objeto, entonces es también una abstracción de la carne corporeizada que ha realizado ese trabajo. Ese cuerpo obrero está impregnado en ese objeto-mercancía de manera fantasmal: presente e incorpóreo. Acertar a ver estas incorporeidades requiere un ejercicio de imaginación y análisis de su modo de producción. Cada cuerpo, en ese sentido, está rodeado de esas presencias materiales pero incorpóreas, de biografías relacionadas con su propia producción, lo que en ecología llamamos su metabolismo. Este cuerpo abyecto planetario que exploramos, dada su escala, no puede ser simultaneo a una escala perceptible por nuestros ojos. Por ello es susceptible de convertirse en un dispositivo estético. Si, al fin, juntásemos todo aquello que la circulación capitalista separa en el tiempo y en la geografía, es decir, las infraestructuras globales, sus arquitecturas fragmentadas e invisibles, sus biografías metabólicas y sus cuerpos, ¿qué sentiríamos al recomponerlo? ¿Sería una reacción relacionada con la experiencia de la abyección? Quizás observaríamos una gran masa que rezuma flujos y gases. Un cadáver exquisito infraestructural y cyborg. Un cuerpo monstruoso cuya carne es el producto del metabolismo contemporáneo: la tierra, el hormigón, el metal, las manos de los obreros, agua, pis, sangre, manos, dedos, mocos, uñas. Nuestras vísceras, sus infraestructuras. Abyecciones acumuladas, abyección como cosmos. Carne urbana, el epitelio territorial, la fase cárnica propia de este siglo y el precedente. Hay una extraña continuidad entre el hormigón, el metal, la piedra y la carne en toda su diversidad de tejidos, texturas y sus flujos. Mientras pensadores como Richard Sennett o Henri Lefebvre estudiaban la relación entre el cuerpo, la ciudad y su condición socioespacial, autoras como Beatriz Colomina, Rachel Whiteread o Louise Bourgeois, emprendían también su propia exploración. Más recientemente, el dúo Elii [oficina de arquitectura] junto a la artista María Jerez, en su obra para la 18ª Bienal de Arquitectura de Venecia, lo hacían con “Ca.Ca”. Todas estas exploraciones parten de una mirada donde la experiencia de lo monstruoso y lo abyecto se hace mucho más presente. Un lugar que intuye la condición cárnica de la arquitectura, su condición como piel y organismo. Xeno-arquitecturas(3) cárnicas de la modernidad fósil, como un organismo del cual somos simbiontes, parásitos y habitantes: lo alimentamos, le damos petróleo, le damos vida. Nos deja vivir. Pero poco a poco nos mata, y lo matamos.
Fleshchitectures
Una nueva carne que abandona la escala humana y que adquiere la dimensión de un mundo, pero que, simultáneamente, se introduce en nuestra carne y en nuestra subjetividad. La subjetividad es la carne de un régimen político. La condición matrioshka. Base existencial. Mundos que contienen mundos. Contaminados. Materialismos incorpóreos.
Volvemos a la escena primera, la sala médico-lingual.
La lengua se ha hecho fleshchitecture. Arquitectura que es carne. Ha mutado y se ha vuelto un cosmos. Ha absorbido las manos, las batas, el monitor y la sala. Ahora ellos habitan la lengua. El lenguaje y sus fonéticas se han convertido en paisaje. Se han tragado todo. Entrar a la lengua habitable nos hace entender que hay un cosmos en cada papila gustativa y cada receptor fungiforme. Que hay aprendizajes socioculturales que se hacen cuerpo y experiencia. Y la carne está impregnada de fantasmas. Que el hormigón no está tan lejos de la saliva. Que la lengua los habla. Y que el influjo de estas imágenes y subjetividades son la carne de la política. La macropolítica y la micropolítica confluyen en estos umbrales.
Antropoceno. No es solo quizás una era geológica. Quizás es matrioshka y también está en nuestro epitelio. Su hipertrofia infraestructural, su petróleo, su plástico, su hormigón, su CO2 y su colonialismo quizás es ya nuestra carne. En nuestra forma de vivir y sentir. Nuestra materia. Nuestra arquitectura. La arquitectura. Entró a nuestro cuerpo (social) y generó carne en nuestro seno. Tenemos un motor de combustión, una hormigonera en el estómago (social). Vísceras de plástico y nervios de cobre. No somos únicamente nueva carne cronenbergiana. Esa nueva carne es ahora otra. Otras.